Tomado de LAICIDAD, UNA ESTRATEGIA PARA LA LIBERTAD, de Javier Otaola

La verdadera virtualidad de la laicidad no se reduce a un debate (siempre interesante por otra parte ) entre clericales y anticlericales, sino a algo mucho más valioso y de mayor calado político: pretender un orden político que no se limite a ser una mera exaltación o celebración de la comunidad sobre la que se funda, con el fin de establecer un poder público al servicio de los ciudadanos considerados en su condición de tales, y no en función de su identidad nacionalitaria, étnica, de clase o religiosa.
Conforme a ese propósito laico, el centro y fundamento de lo político no es  ninguna esencia colectiva, ni el ius sanguinis, ni la adhesión a una fe revelada por muy verdadera que ésta sea, ni por supuesto la gloria de una dinastía o la hegemonía de una etnia, una raza, una idiosincrasia colectiva  o una determinada cultura popular  sino la realización material y moral de un ideal de convivencia: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

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